De fondo algunos hacían sonar la marcha peronista, otros cantaban que se vayan todos, o el himno, o puteaban. Cuando en la calle se supo el resultado de la votación (los Diputados ratificaron el veto a la ley de movilidad), la tensa calma que se había sentido desde temprano se quebró. El “!hijos de puta!, ¡hijos de puta!” fue unánime y la bronca se descargó contra las vallas que cortaban la circulación de Avenida Rivadavia. Jubilados y militantes hicieron sonar cacerolas, llaveros y lo que sea que se tuviera a mano contra la chapa. El vallado cedió. De golpe, el aire del Congreso se llenó de gases y se volvió irrespirable, como en tantas otras marchas –prácticamente en todas– este año. La policía avanzó desde Callao. Disparó balas de goma y en menos de cinco minutos desalojó a los manifestantes, que replegaron como pudieron hacia Corrientes. La cacería, igualmente, siguió durante horas. El Gobierno festejó por partida doble: dentro del recinto ratificó el ajuste sobre las jubilaciones (no sin ayuda de la casta) y afuera desplegó otra vez el circo del protocolo del “orden”, tal como lo había advertido en la previa la Casa Rosada.
El saldo de la represión fue de más de 50 personas heridas –entre ellas varios jubilados, trabajadores de prensa y hasta una niña de 11 años y otro de 9– por los químicos de los gases y las postas de goma, de acuerdo al relevamiento que realizó la Comisión Provincial por la Memoria (CPM). El reporte de la Federal informó sobre dos detenidos, bajo el típico cargo antiprotesta de “resistencia a la autoridad”.
No conformes con haber desalojado el epicentro de la movilización, las fuerzas siguieron su faena con la clásica cacería de manifestantes sueltos. Algunas de las columnas que intentaron replegar por Corrientes se toparon de frente con otro cordón de policías y camiones hidrantes y debieron volver sobre sus pasos. En esa suerte de embudo, algunos cayeron en la volteada de los palazos en el cuerpo y el gas pimienta directamente en los ojos. Fue el caso de Guillermo Quiroga, secretario general de ATE Chubut. “Estuve casi media hora ciego”, le contó a Página/12. “Cuando volvíamos por Callao, encerrados entre dos cordones de efectivos, veo a una piba muy joven tirada en el piso, golpeada. Me acerco y le grito al policía que intentaba sujetarla que la deje en paz, y en ese momento me vació literalmente la lata de gas pimienta en la cara. Y eso que la calle ya estaba vacía”, relató.
Escenas del estilo se repitieron en varias esquinas. En Sáenz Peña y Rivadavia, un policía motorizado atropelló a una jubilada que intentaba impedirle el paso, armada sólo con un cartel y envuelta en una bandera. El hecho quedó registrado por las cámaras de televisión, que transmitían en vivo la violencia policial.
Dada la magnitud del operativo, estaba claro desde el vamos que había vía libre para pegar. Según el informe del Ministerio de Seguridad, se desplegaron casi 900 efectivos, entre la división antidisturbios de la Federal, Infantería, Prefectura y los escuadrones de Gendarmería. Hubo además varios infiltrados, esos efectivos que nunca se cuentan pero que siempre están, como sucedió durante la movilización contra la ley bases en abril. Esta vez fueron identificados por los propios manifestantes y echados de las columnas.
A fuerza de experiencia, los que marchan en la era Milei ya empiezan a reconocer las trampas. El diputado Eduardo Valdés ya había advertido en la previa que la Policía había plantado piedras y escombros “en distintos puntos en las inmediaciones del Congreso”. “Le aviso de antemano a la señora ministra Patricia Bullrich, para que no aparezcan los pícaros de siempre queriendo generar clima de violencia”, posteó en Twitter. Nadie cayó en esa emboscada, pero los palos llegaron igual.
El informe que el ministerio de Bullrich difundió a la prensa también incluyó, curiosamente o no, la identificación con nombre y apellido de varios referentes de la oposición entre los manifestantes. “Se observó la participación en la marcha de Axel Kicillof, Verónica Magario, Fernando Espinoza, Pablo Moyano, Eduardo Belliboni, Hugo Godoy, Hugo Yasky, Emilio Pérsico, Daniel Menéndez, Juan Grabois, Sergio Palazzo y Juan Carlos Alderete“, dice textualmente, dando cuenta de que los tenían “fichados”. En marchas anteriores, varios diputados recibieron gases y palos. Este miércoles la violencia se acotó a la gente de a pie.
Bullrich eligió, desde sus redes, hacer eje en los gases que recibieron los niños, especialmente la menor de 11 años. Lo hizo responsabilizando a la madre y no a los efectivos que actúan bajo sus órdenes. “Madre irresponsable y violenta”, posteó. “Ya les dijimos: llevar a los chicos a las marchas está prohibido”, sumó. Fue en respuesta a un posteo de Amnistía Internacional que, con algo de sentido común, subrayó que “los niños no pueden ser blanco de gases e impactos de balas”.
“Mientras los sátrapas del Congreso nos dan la espalda a los jubilados, las mal llamadas fuerzas de seguridad, que son las que deberían defendernos, nos reprimieron. Gastan millones de pesos en reprimir y luego no hay plata para nosotros, pero tampoco para los comedores populares”, le dijo a este diario Rubén, de Jubilados Insurgentes. “Saben que no podemos correr, ni tenemos fuerza para vencer a los escudos. Nos empujan hasta tirarnos a suelo. Hoy vi cómo reprimían a dos compañeras mayores que apenas podían caminar, las empujaron para que suban arriba de la vereda. Hay un gozo, un disfrute de la represión”, agregó.
El aguante
En estos tiempos para el olvido, la persistencia del grupo de jubilados que todos los miércoles se concentra frente al Congreso se fue convirtiendo en un foco de contagio para el resto. “El miércoles pasado nos reprimieron, y acá estamos, y somos más; y el miércoles anterior, hace quince días, también nos reprimieron, y cuando volvimos éramos más. Nos pueden seguir cagando, pero nosotros de acá no nos vamos”, contó orgullosa Claudia, una vecina de Boedo que llegó al Congreso con una foto impresa de Norma Plá.
En coincidencia con la sesión en Diputados convocada por la oposición para intentar voltear el veto a la ley de movilidad, esta vez los jubilados contaron con el apoyo de las organizaciones sociales, la Corriente Federal de la CGT, ambas CTA y las agrupaciones y partidos de la izquierda. La CGT, la UTEP y el peronismo se apostaron sobre Yrigoyen, mientras que la izquierda lo hizo sobre Rivadavia, donde se produjo la represión.
Las agrupaciones de jubilados montaron un escenario sobre Callao, desde donde leyeron un documento firmado en conjunto con los gremios. “Hay que tener mucho odio hacia nuestro pueblo, nuestros trabajadores y nuestros jubilados para llevar adelante tanta persecución y represión gubernamental como la que se está ejecutando en estos días contra los adultos mayores, quienes además de sufrir la merma de los haberes se ven privados de la mayoría de los medicamentos”, denunciaron.
“Adentro perdimos, pero afuera creo que ganamos. Hay un crecimiento de la movilización, eso es un dato que el Gobierno no puede obviar en medio de este ajuste brutal. Creen que pegando nos amedrentan, pero pasa todo lo contrario”, le dijo a este diario la diputada del FIT Vanina Biasi. “Lo de hoy fue un parte aguas –sostuvo por su parte Daniel Catalano, secretario general de ATE Capital–. Demostramos que seguimos pudiendo ocupar las calles y a partir de ahora sabemos con quiénes contamos y con quiénes no para enfrentar la traición a la patria”.
Los testimonios
Los jubilados estaban convocados para la una de la tarde, pero empezaron a llegar mucho antes. Página/12 recogió algunos de sus testimonios en la plaza:
*María Gloria, de 65 años, llegó desde Villa Urquiza. Cobra bastante más que la mínima, pero no paga alquiler. “Sino, no sé cómo haría para vivir”, contó. Y, como “afiliada radical desde la época de Alfonsín”, dijo tener “asco” por el rol de la UCR dentro del recinto. Cuando tiene tiempo y le falta plata, maneja un UBER.
*Oscar, de 77 años, llegó desde El Talar, Tigre. Cobra 270 mil pesos, tampoco paga alquiler. Lo ayudan sus hijos. “Me estoy reventando los ahorros de una camioneta que vendí el año pasado”, contó. Para él, no hay diferencias entre el plan económico de Milei y el de Martínez de Hoz. “Son los mismos, con otro poncho”.
*Rosa (69) y Tito (74) viven en Lanús. Ella cobra la mínima, él bastante más. Dieron de baja la prepaga, se quedaron sin atención en el Hospital Italiano. También recortaron en el servicio de cable. “Nunca ví un destrato a los viejos como éste”, dijo él.
*Rodolfo tiene 78 años y no se pierde una marcha. Se trajo una especie de megáfono hecho con una botella de plástico, que usa para insultar a Milei. “Basuuuuura”, gritaba. Cobra la mínima. “Lo único que quiero, hermano, es poder sentarme alguna vez en un café, y poder pagarlo. Mirá lo que te digo”.
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