El presidente de la República y sus más conspicuos adláteres están llevando adelante un ataque sistemático contra la industrialización de nuestro país. Es un ataque teórico y práctico. Porque no solo toma medidas concretas para destruir la industria nacional, especialmente las pymes, sino que además lo teoriza, apoyándose en argumentos obsoletos de principio del siglo XX, que reivindican el modelo agroexportador. Hacía décadas que no se escuchaban brulotes como: “Para proteger a la industria se le robó al campo”. Es un textual del presidente en el pcto por el Día de la Industria en la UIA, el 2 de septiembre de 2024. Esto es una acometida directa al peronismo y a su ente estrella, el IAPI (1946-1955), cuya misión era capturar una parte de la renta agraria para financiar la industrialización del país. Dicho sea de paso, una fracción de esa renta, también se distribuyó intra sector agropecuario: de ahí se financió a los más de 50.000 arrendatarios rurales para que se convirtieran en propietarios de sus tierras.
Días antes de dicho brulote, el inefable José Luis Espert clamó por “retenciones cero a las exportaciones y que [Milei] tire a la basura la sustitución de importaciones. Retenciones cero hubo con Menem y Cavallo: fue la época del mayor industricidio de nuestra historia y cuando más productores se fundieron. La sustitución de importaciones es la piedra basal de la política agro-industrial peronista. No hay otra forma de industrializar al país, si no es por sustitución de importaciones y/o por saturación del mercado interno. Nadie va a venir a desarrollarnos de afuera. Las experiencias de apertura indiscriminada a la inversión privada externa y de desprotección de nuestro mercado interno fueron un rotundo fracaso. Y para muestra: la revolución fusiladora, la dictadura genocida, el menemismo, la Alianza o el macri-mileismo, que certifican lo que decimos. No hay inversión extranjera que venga a desarrollar el país para bienestar de sus habitantes: cuando vienen, lo hacen en su propio beneficio. La industrialización siempre es un proceso autóctono, que está indisolublemente unido a la soberanía.
Además de retrotraer a la Argentina a principios del siglo XX, esto es un ataque directo al peronismo y su versión industrializadora del siglo XXI: el kirchnerismo. Por supuesto, a la hora de sumar adhesiones a los exabruptos anti industrialistas estuvo presente el coro agrario neolítico, cuyo representante más conspicuo -la Mesa de Enlace- salió en pleno a bancar a Milei. Las patronales agrarias son una incubadora natural de malas causas, ¿mirá si se la iban a perder?
El modelo agroexportador nunca jamás mejoró la calidad de vida de la población. Ni siquiera cuando la actividad agropecuaria era casi excluyente, y la Argentina tenía apenas 8 millones de habitantes (censo de 1914). Pensemos que aquel modelo agrario era un gran demandante de mano de obra, porque solo funcionaba con brazos humanos y se araba a caballo. Ni en ese marco fue inclusivo, por lo que debió reprimir a mansalva. O qué fueron las masacres de la Forestal, la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde, los asesinatos de Napalpí, la Liga Patriótica o la Ley de Residencia, sino la respuesta represiva del modelo agroexportador para sofocar la protesta social y garantizar su gobernabilidad?
No mejoró la calidad de vida en aquel tiempo, menos lo va a hacer hoy, cuando la agricultura de precisión hace estragos en la generación de empleo. A principios del siglo XX -con tracción a sangre- se necesitaba una persona para trabajar 25 hectáreas de tierra; hoy hace falta una cada 600 hectáreas. Milei nos quiere hacer atar el perro con longaniza.
Los defensores del modelo agroexportador parten de la premisa de que en Argentina sólo merecen habitar productores agropecuarios y empresas agroexportadoras. El resto del país importa un bledo. Es el modelo a la uruguaya: el que entra, entra; y para el resto hambre, miseria o emigrar. Pero atención al detalle. En la porción de la corteza terrestre que se denomina Argentina el sol sale para 47 millones de personas; hay obreros, jubilados, docentes, autónomos etc. No se puede propiciar o reeditar un modelo económico solo para 10.000 terratenientes, 10 exportadoras de granos y 80.000 sembradores de soja. Eso solo es posible con represión, con nuevas “semanas trágicas”. Todo ese planeta sojero, base estructural del modelo agroexportador de hoy -incluidas sus cadenas de elaboración-, no pueden dar laburo y bienestar al conjunto. Sin industria diversificada que sustituya importaciones, ahorre dólares y demande mano de obra pagando buenos salarios, no hay una Argentina viable, próspera, donde “entremos” todos/as. Eso se llama peronismo y lo deben recordar, primero, los peronistas.
El 25 de Octubre de 1973, tras 18 años de exilio, Perón se reunió con el “campo” y les explicó con claridad meridiana y en término por demás didácticos, porqué al sector agropecuario le conviene la industrialización:
“Hace 26 años me hice cargo del Gobierno.(…) En ese momento, la producción agropecuaria era buena y el único recurso de la República. La industria estaba bastante atrasada; los alfileres que consumían nuestras modistas eran importados de Francia. Fue necesario, por una razón de equilibrio en la producción y en la demografía del país, dedicarnos a industrializarlo.(…) Si nosotros no industrializábamos el país, millones de habitantes que vivían en los pueblos y ciudades estaban pesando sobre las espaldas de los productores agropecuarios. Ellos eran los que pagaban todo.” ¿Se entiende el concepto? Si quieren pagar menos impuestos hay que desarrollar el país, para que LA INDUSTRIA ponga su parte. No se puede ser tan obtuso y cortoplacista de pensar en términos de sector único y excluyente.
Perón graficó la situación con un relato que según dijo, se lo había contado un gales de Chubut. “En su pueblo había un reloj de cuatro caras que giraba y que a cada cuarto del día, aparecía una figura. Primero aparecía el pastor y decía: ´Yo cuido vuestras almas´. Giraba otras seis horas y aparecía el abogado, que decía: ´Yo cuido vuestros derechos´. Giraba otras seis horas y aparecía el gobernante diciendo: ´Yo gobierno para una vida ordenada´. Y daba otra vuelta y aparecía el agricultor diciendo: ´Yo soy el que pagó a los otros tres´”. Fin
Sumo una anécdota personal. Siempre recuerdo un diálogo entre Guido di Tella, por ese entonces vocero agrario de Antonio Cafiero, con Humberto Volando. Di Tella le señalaba que un error estratégico del gremialismo agrario era no impulsar la industrialización del país, así el campo no era el único que pagaba impuestos. Di Tella era un terrateniente (¿peronista?) muy inteligente. Y Volando, un chacarero no menos inteligente, le dio la razón. Solo que le recordó que a la industrialización se oponia la oligarquía terrateniente, no la Federación Agraria.
Discutir como nuevas las ideas del siglo pasado no es una novedad histórica. Decía Rose Bertin, la modista de Maria Antonieta que lo nuevo es lo viejo que olvidamos. Por lo tanto, la reivindicación idolatrada del modelo agroexportador está dentro de los cálculos del reciclaje ideológico de la ultraderecha. Lo que sorprende es la falta de reacción política del peronismo frente al ataque a una de sus ideas fundacionales. Esto sí es un dato revelador de los tiempos que corren Si viviera San Jauretche, ya estaría desenvainando ¿no?
Buena parte del pensamiento agrario del peronismo se menemizó, por eso no reacciona con la vehemencia que exigen las circunstancias. Asume la primarización de la economía con la misma lógica que Milei: al “campo” hay que darle todos los gustos. Y a eso lo llaman reconciliarse con el sector o tener política agraria. ¿Cuánto falta para que diagnostiquen que Argentina se industrializó robándole al campo?
Cuando el Frente de Todos presentó el proyecto de Ley de Fomento Agrobioindustrial (2021) no era otra cosa que hacerle poner la cara al peronismo para una política desarrollista (frondizista) en beneficio de las grandes empresas. El peronismo nació para enfrentar a los poderosos e industrializar el país con inclusión social, no para arrodillarse frente a la oligarquía. El campo nacional y popular debe enterrar sus manos en el barro de la historia y -como dice Jorge Giles- politizar la historia e historizar la política. Así sabremos que el “agua pasada no mueve molinos”. Pero sí, marca caminos.
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